Hasta ahora, el PSOE ha sabido mantener en la ambigüedad su arma electoral “secreta”: la reforma de la Constitución. ¿Para reformar qué? Ya lo sabemos: quiere cargarse, de entrada, la libertad religiosa y la libertad de enseñanza, las dos libertades que son la sustancia misma de la democracia.
Algunos ingenuos, entre ellos los portavoces del Partido Popular, se han limitado a comentar que eso es una simple ocurrencia electoralista y que después, si llega a gobernar, no será capaz de suprimir la libertad de enseñanza (articulo 27); el derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación moral y religiosa que estén de acuerdo con sus convicciones (27,3); la creación de centros docentes (27,5 y 27,6) y la aconfesionalidad del Estado, con su específico mandato de mantener las relaciones de cooperación con la Iglesia Católica (16,3).
Todo esto supone la supresión de la asignatura de Religión como oferta obligatoria en todos los centros públicos y privados, así como la imposición, de nuevo, de la Educación para la Ciudadanía como alternativa obligada y sus anejos “talleres” de “educación sexual” donde se practicarán en vivo todas las variantes de las relaciones sexuales, con la ayuda de sus instrumentos indispensables como lubricantes anales y vaginales, preservativos, consoladores, etc. En definitiva, se trata de implantar el laicismo como “religión civil” de acuerdo con su principio de “igualdad”, tal y como se define en la ideología de género, según la cual el género es tan solo un invento de la vieja tradición cultural católica que diferencia a hombre y mujer: cada cual podrá elegir el sexo que más le agrade, sin relación alguna a su naturaleza biológica que es otro viejo prejuicio bíblico y pseudocientífico, mantenido por a lo largo de los siglos por la derecha fascistoide, que ya existía antes de Atapuerca. Así de clarito.
¿Pero todo el lío que han montado los socialistas sobre la reforma de la Constitución consiste nada más que en eso? Hombre, no: eso es el aperitivo al que invitan a todas las demás izquierdas “democráticas” para tratar de comerse de un bocado a la derechona. Luego vendrá el ”derecho a decidir” para que cada comunidad autónoma, cada ayuntamiento y cada pedanía puedan consultar a los ciudadanos qué nacionalidad quisieran poseer, dentro de los límites del Estado para que no haya veleidades incongruentes pero posibles, de querer ser suizo o danés… Y, como consecuencia, el titulo preliminar de la Constitución, que define lo que es España como monarquía parlamentaria y una nación indisoluble, quedarán redactados de manera que solo sean un mero deseo, subordinado a la libertad de elección. De lo que se trata es de suprimir incluso el nombre de “España” que tiene sus raíces en el franquismo, para convertirlo en una “república ibérica euromediterránea” cuyo nombre definitivo será sometido a referéndum. Habrá concurso de sabios presididos por Manuel Carmena, Ada Colau y el “Kichi” para buscar el nombre más adecuado.
¿Oiga, no cree usted que exagera? Puede que sí, puede que no, pero cuando se habla de reformar la Constitución nos encontramos con dos bloques ideológicos y sociológicos: el conjunto de la izquierda cuyo liderazgo aún está por decidir –se barajan los nombres de Sánchez, Iglesias, Garzón A y Garzón B (el de IU y el antiguo magistrado prevaricador, para entendernos), Junqueras e incluso Baños- y un resto que está a la derecha, es decir el PP. Queda en la indefinición “Ciudadanos”, de Albert Rivera, que todavía no sabe con quien pactará para formar un gobierno estable después del 20 de diciembre.
¿Y los votantes sabrán discernir entre las dos opciones a la hora de acudir a las urnas? Pues ese es el gran misterio, a estas alturas. Mariano Rajoy confía en que, a medida que se acerque la fecha de las elecciones y se haga más visible la recuperación económica, la gente –la que le votó en 2011- optará por la seguridad de su bolsillo que, en buena medida, le garantiza el PP con el respaldo europeo. Pero, ya se sabe: aquí somos bastante cainitas y, además, nos dejamos llevar por las simpatías o antipatías personales. Rajoy no ha sabido –ni ha querido- hacerse el simpático porque es consciente de la impopularidad que le han acarreado los recortes. “No he sido elegido para ir al Club de la Comedia” a contar chistes”, dicen que dice, sino a sacar el país del abismo en que lo dejó el PSOE, cosa que empieza a olvidar ya… Además, tiene barba, es ya mayorcito, camina como si estuviera desfilando y todavía no se le visto bailar ni siquiera aplaudir como hacen los Iglesias, los Sánchez y hasta los Rivera. No basta con ser educado y tragarse sapos como los que se traga cada vez que desde el PSOE se le acuda de mentir. Parece que no tiene sangre en el cuerpo y ya se sabe que los españoles somos muy viscerales…
En cuanto a los demás candidatos de la izquierda o de la ambigüedad –léase Rivera- tienen mucho “glamour”, atraen a las mujeres, sobre todo a las feministas “enragées”, a los “okupas”, a los republicanos, a los ateos, a los descontentos de toda la vida, a los ignorantes que solo ven la televisión y no han leído un libro en su vida, a los blasfemos...
Bien, pero es lógico que el PP sepa convencer a sus viejos electores de todo lo que se nos viene encima, durante la campaña electoral, sin recurrir al voto del miedo. Quedan dos meses cortos y mucho por hacer, por decir, por aclarar. Es de esperar que deje de decir tonterías como esas de que el PSOE ladra pero no muerde. El PSOE va en serio en sus propuestas. El PSOE, el PSOE de Sánchez, sabe que no puede gobernar con los votos que consiga y por eso se está preparando a fondo para aliarse con toda la izquierda radical para formar una mayoría y seguir así el ejemplo de Portugal. No vence el que gana en votos sino el que consigue las alianzas necesarias para obtener mayoría parlamentaria. De modo que nos toca pensar un poco: o votamos con el odio o con el sentido común.
Autor: Manuel Cruz
Fecha: 26/10/2015
Medio: Cope